Caravanista observan un minuto de silencio frente a la Alcaldia de Nueva York

7 de septiembre de 2012. Discurso pronunciado por el poeta y activista Javier Sicilia en el distrito fianciero de Nueva York como parte de la segunda caravana por la Paz con Juticia y Dignidad que traviesa 27 ciudades en Estados Unidos.

 

 

Comienzo con unos versos de “El frío agitado” (“The cool fluttering”) de Jim Morrison:

“¿Quién convocó a estos muertos? […]/ Yo los llamé para/ ungir la tierra./ Los llamé para anunciar/ la tristeza que cae como/ piel quemada./ Los llamé para desearles/ que les vaya bien […]/ Ahora los llamo/ para rezar.”

Who called this dead […]/ I called you up to/ anoint the earth./ I called you to announce/ sadness falling like/ burned skin,/ I called you to wish/ you well […]/ Now I call on you/ to pray.

Por los muertos de esta absurda guerra contra las drogas que vienen con nosotros desde lejos; por los muertos de la imbecilidad terrorista del 11 de septiembre que, junto con todas las víctimas de la violencia, los versos de Morrison han convocado aquí para “ungir la tierra”, “para anunciar la tristeza” que nos embarga y rezar con John Lenon, “démosle una oportunidad a la paz” (“give peace a chance”), guardemos un minuto de silencio.

El mundo vive un profundo parteaguas civilizatorio que hace casi 20 años el levantamiento zapatista en México puso en evidencia al visibilizar a los grandes excluidos del mundo: los pueblos indios, y con ellos a todos los millones de pobres que la lógica del dinero ha excluido y miserabilizado. Pocos lo comprendieron y han tenido que edificar un mundo en las montañas del sur de México asediados por la incomprensión y la guerra. Casi 20 años después, aquí, en el centro, paradójicamente, de la cultura del mundo y de la barbarie de las finanzas, los Occupy y los 99% volvieron a visibilizarlo: “Somos el 99%”, no cesan de gritar, y al gritarlo no sólo se refieren al 99% de los excluidos de Estados Unidos, sino del mundo entero: asalariados mal pagados y agobiados por los impuestos y las deudas, parados, excluidos de la educación y de una vivienda digna, migrantes, jóvenes que jamás tendrán un trabajo y niños que sobreviven en la miseria de las chabolas sin esperanza alguna porque sus tierras y sus economías de soporte mutuo han sido destruidas en nombre del dinero.

La economía moderna, que nació hacia el siglo XVII, y que hace parte, con diversos matices, tanto de los capitalistas, como de los socialistas y los comunistas, entró en crisis y muestra su inoperancia. No sólo ha arrasado culturas, pueblos, territorios y medioambiente, sino que, por lo mismo, está dejando a millones de seres humanos en la indefensión absoluta, y al planeta en un proceso grave de deterioro. Esa lógica económica tiene que cambiar por una economía, como nos lo enseña Gandhi, de los límites, de las proporciones y de la pobreza digna.

Hay, sin embargo, un dinero, que nace de esa misma economía y que es aún más terrible y perverso: el dinero de la guerra contra las drogas.

Esta guerra no ha bajado en nada la demanda de la droga, pero ha incrementado el consumo de droga mala y sintética; ha aumentado exponencialmente la violencia, la criminalidad, el robo, la extorsión, el secuestro y la trata de personas; ha asesinado a miles de seres inocentes, ha generado inmensas poblaciones de desplazados y ha corrompido a otros miles que sometidos a la miseria y a la lógica enferma del dinero, se han vuelto el ejército de reserva de la delincuencia o el ejército que a través de bancos y de funcionarios corruptos lavan el dinero sucio; ha incrementado el número de negocios contraproductivos: armas, policías, ejércitos, inteligencia militar, cárceles, burocracia judicial, fábricas clandestinas de drogas, estructuras burocráticas y ejércitos de criminales; ha generado, además, una acumulación inmensa de capitales que sobrepasa el de las grandes corporaciones. En síntesis, esta guerra contra las drogas, ha fortalecido, como ocurrió en los años 20 con la prohibición del alcohol, la barbarie y está poniendo en peligro la cultura humana, destruyendo la democracia y abriendo el camino al autoritarismo, a los Estados policíacos y militares y a su contraparte, la violencia criminal.

Por ello Leon Bloy y Giovanni Papini definieron al dinero como “la sangre del pobre” y “el excremento del diablo”, respectivamente.

Si los zapatistas, los Occupy y los 99% al visibilizar a los excluidos de esta tierra, pusieron en evidencia lo que la economía moderna, “la sangre del pobre” y el “excremento del diablo”, ha traído de miseria y dolor, nosotros, que formamos parte de ese 99%, venimos desde lejos para visibilizar a través de nuestro dolor lo que esta economía, a través de la guerra contra las drogas que el presidente Nixon declaró para el mundo entero hace 40 años, está generando de mayor miseria, de mayor barbarie, de mayor sufrimiento y de mayor y perversa acumulación de capitales.

En cada uno de los muertos de esta guerra, en cada uno de los muertos de la violencia que los versos de Jim Morrison —un hombre que tuvo el derecho inalienable de elegir su destino— han convocado, están las víctimas de todo el mundo que la especulación económica que esta guerra está cobrando de manera atroz.

Esos muertos —que rezan hoy con nosotros y exigen en su rezo que le demos “una oportunidad a la paz” — miran con indignación el lavado de dinero que realizan los bancos al amparo de los gobiernos y de los poderes fácticos; miran con indignación esta guerra que sólo ha servido para aumentar la muerte, la corrupción, el crimen y el dinero amasado con el dolor, la injusticia y la pérdida de las libertades; miran con indignación a los Estados que, contra todo sentido de la verdad, la alimentan desde aquí y dejan a un lado las mejoras sociales. Por ello, desde esa indignación, en medio de esta gran ciudad, de esta gran capital que resguarda a la vez la grandeza de la cultura y la barbarie de las atrocidades financieras que alimentan la guerra, los muertos nos exigen que le demos una “oportunidad a la paz”. Una paz que sólo llegará cuando pongamos por encima de los prejuicios y del dinero, la vida humana y sus libertades, cuando nos preocupemos por las mejoras sociales y no por los capitales y sus múltiples y perversos usos, cuando sometamos la droga y las armas a los controles del mercado y del Estado, cuando aprendamos a hacer economías limitadas, pobres, sanas, justas, que se basen en procesos de soporte mutuo y en libertades creativas que tejan las vidas de las comunidades y los barrios, cuando decidamos salvar la democracia que los padres de esta nación heredaron al continente americano y que esta guerra está destruyendo; cuando juntos, por fin, hagamos verdaderamente nuestras, y exijamos que nuestros gobiernos las hagan suyas, las palabras de Martin Luther King —otra víctima de los prejuicios y de los intereses, que desataron también esta guerra—: “el odio nunca puede terminar con el odio, sólo el amor y el servicio pueden hacerlo”.

No nos convirtamos en una generación que sumida en el estremecedor silencio de la indiferencia tenga que lamentarse después por haber aceptado las políticas de guerra de sus gobiernos que no han cesado de auspiciar el crimen. Jamás resolveremos el problema de la droga, haciendo una guerra que sólo ha dejado millones de dólares a los delincuentes y que amenaza con convertir todo en un mundo de miseria, desprecio y muerte donde sólo administrarán los criminales.

“Démosle una oportunidad a la paz”.

Nueva York.

Javier Sicilia